martes, 20 de diciembre de 2011

Poder ver más allá

Todas las mañanas decide escaparse. Volar por un maravilloso instante, y jugar a ser gato. Entonces la gravedad no haría mella en su camino adornado de flores y frutas, donde la inocencia dejó su huella tantos años atrás para volverse su eterna compañera. Es mejor ser inocente para no enterarse de los males que causan aquellos que no lo son más alguna vez me dijo.

La plaza es su escenario, un infranqueable anfiteatro donde monta su espectáculo imaginario al mejor postor. Los transeúntes pasan, observan y siguen, como en una dolorosa letanía de la que no pueden escapar. Ya ha escapado de ello, se siente feliz y sin embargo disimula su felicidad ante el marginamiento de los demás.

La flor en el ojal, ese sacón tan viejo y áspero como su propia piel por lo que cualquier incauto podría confundirse con que la prenda es parte de su piel desprendida que pugna por escaparse como se escapa todos los días. Sus pantalones están tan desgastados que son como hojas hechas jirones que tratan de cubrir pudorosamente lo que el qué dirán ajeno no puede dejar pasar por alto.

Sus manos son palomas oscuras que vuelan libres por todo el parque. Dibujan formas extrañas, formas como de auroras o como el raro y gracioso volar de las manos de un director de orquesta que se alza sobre todos para marcar, con sus manos, el camino correcto de quienes atrapan a la platea con su música.

Sus brazos, otrora gráciles, ahora tienen la fragilidad de los brazos de un niño. Brazos que supieron abrazar, cargar, acompañar, ayudar; hoy son dos ramas secas que luchan por no desprenderse del árbol porque no pueden hacer más que estar pegadas a él.

Y es que todavía no se dan cuenta de ello.

Su boca alguna vez supo besar, consolar, cantar, reír, agradecer, acariciar. Su boca, ahora tan marchita como una flor dejada en un nicho abandonado, ya no sonríe. Su boca solamente sabe guardar silencio hasta que sea el momento apropiado. Entonces dispara dardos certeros, como queriendo lastimar a la víctima y lográndolo. Sabe que su poesía es una bala sin revólver, su trayecto es un laberinto sin entrada ni salida aunque ya está dentro de ese laberinto y saldrá cuando lo crea conveniente. Y quien escucha lo que dice no lo entiende, ya que su lenguaje lo comprenden los que son sus iguales.

Sabe que su comportamiento no es el social y políticamente correcto; sabe que la sociedad es terriblemente condenatoria, que es demasiado lenta para aceptar cambios y modas distintas. Lo suyo no es una moda, es un canon impuesto por quienes se autodenominan diferentes y por lo tanto normales porque son mayoría.

Sus ojos son tan profundos como complejos. Ojos que miran a través de los cristales oscuros de quienes ponen esas corazas tan frágiles como frías para no ver la fealdad urbana. Ojos que brillan en la oscuridad, ojos de un ladrón de historias que se las apropia para contárselas a la sociedad y que de una vez por todas pueda escuchar lo que tiene para gritarle. Ojos que ya no lloran porque las lágrimas derramadas en su momento son tan amargas como la hiel, y solo pueden comprenderlas quienes sufrieron lo mismo o peor.

Es quien abre las persianas de la plaza, quien levanta a los pájaros y quien los arropa y manda al sol de regreso para el otro lado del mundo. Es quien de noche habla con las estrellas, sabe el nombre de todas ellas y las saluda una por una ya que tiempo es lo que sobra y quiere tomarse el tiempo necesario para estar con cada una y que las demás no se pongan celosas. La luna es su confidente, guarda todos sus secretos y no se los revela a nadie.

Siempre que encuentra una parejita en la plaza, a cualquiera de los dos les regala una flor acompañada de un poema que inventa en el momento, como un juglar moderno que corre carreras con su amigo el viento sin saber de dónde viene ni adónde va. Lo hace por nada, por el solo hecho de que alguien se sienta mejor de lo que se siente desde hace mucho tiempo, aunque más de una vez declaró ser feliz a su manera sin importarle lo que el resto opine.

Por la tarde alimenta a las las palomas, las que se acurrucan a su alrededor para recibir su bendición y mantiene una charla con todas ellas que los demás no entendemos. Es quien puede hablar con los los bancos, con los senderos, con los setos, con los juegos, y entender sus tristezas, sus miserias y sus sueños de ser seres inanimados en busca de la libertad.

Por la mañana desayuna con el rocío de las flores y con el aire perfumado de ese pequeño microcosmos. No conoce de hambre, ya que su alimento son las risas de los chicos que pasan corriendo para la escuela. No conoce del cansancio, ya que su descanso es ver cuando una madre arropa a su hijo en su regazo o le da de mamar.  No conoce el frío ya que su abrigo es ver una pareja tomada de la mano como alguna vez lo haya hecho hace muchos años. No conoce el calor ya que su alivio es tumbarse bajo la sombra de los árboles, mudos testigos de su libertad a contramano.

Su mayor tesoro reside entre esas cuatro cuadras de avenida febril y apurada, donde los monstruos de metal hacen ruido como amenazando sin llegar a causarle miedo. Su mayor deuda es no compartir ese tesoro, para que no haya nadie igual.

Y sin embargo no se preocupa por deudas, por horarios o por lo que vendrá. Vivir y dejar vivir es su lema. Tiene millones a su manera, y aunque de modo diferente al nuestro, con saberlo y entenderlo a su modo le basta y le sobra.

En este momento observo su grácil letanía de todos los días, su carrerita apurada para ver qué sucede entre los perros de la otra punta de la plaza y me cautiva su especial andar de quien hubiese sido mejor volar. Mira al cielo, nota que el sol se oculta como con vergüenza tras unos nubarrones amenazadores. Los desafía a que suelten su carga bendita ya que no les tiene miedo, porque sabe que son las lágrimas del cielo que llora su dolor.

Hablo de ese personaje tan gracioso como sereno. Tan tranquilo como intempestivo. Tan absoluto como simple. Hablo de la que bien hace honor a su nombre: mi amiga del parque, la loca Soledad.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Y

Y me quiero ir al carajo pero me quiero quedar en este país. Y este país es lo más hermoso que hay pero está todo contaminado con los soretes que tiran los villeros. Y los tendrían que matar a todos pero son seres humanos que no tienen la culpa. Y la culpa la tiene la yegua de Cristina pero gracias a ella el país renació del 2001. Y en el 2001 a los yanquis se la pusieron con el pene morto por asesinos hijos de puta pero los que se murieron en las torres no tenían la culpa talibanes de mierda. Y el talibán mayor no se murió carajo pero estuvo bárbaro que lo hayan tirado al mar para que se lo morfen los tiburones. Y todos los de afuera nos van a morfar crudos porque los argentinos somos argentinos cuando es el mundial pero aguante Argentina carajo que yo soy veterano y los ingleses se van a morir ahogados de un tsunami. Y el casamiento de los príncipes fue hermoso y que linda estaba la novia pero los diarios que lo mostraron son unos hijos de puta que se apropiaron de los hijos y los nietos. Y a la pobre Hebe le hicieron una cama pero es una vieja montonera hijaderemilputas que hay que matarla. Y te amo pero te quiero mandar a la mierda pero no puedo dejar de pensar en vos pero sos una yegua asquerosa pero me derrito si me llega un mensaje tuyo pero te los podés meter bien en el orto.

Y el tren de dos pisos es cómodo pero está lleno de negros de mierda, y la culpa es de Macri que es un nazi cabrón pero hace bien en sacar a los bolitas de la ciudad. Y los bolas les sacan el laburo a los argentinos pero los argentinos se rascan los huevos mientras que los bolitas laburan como esclavos todo el día. Y hay que repartir forros por todos lados para que no nazcan más villeros pero hay que acostarse y hacer el amor con la persona que uno ama sin pensar en el plástico y a coger que se acaba el mundo porque los niños son el espejo del alma pero no me banco a los pendejos. Y a los violadores hay que castrarlos y hacérsela comer y que les rompan el culo en la celda y cagarlos a balazos en público pero son enfermos y a un engripado no lo matás sino que lo curás y merecen otra oportunidad porque están mal del bocho.

Y la culpa la tienen los jueces que son unos hijos de puta que se cagan en los sentimientos de los que quedamos pero lo único que hacen es aplicar la ley para todos y si la ley dice que hay que soltarlos los tienen que soltar.Y mi vieja que me trae el desayuno todos los días y la amo y es lo más grande que hay pero me sigue tratando como un pendejo y se mete en todo como está todo el día al pedo la vieja rompepelotas y por qué mierda no se muere del Alzheimer de una buena vez. Y amo viajar pero soy super casero. Y las pastas son la comida más rica pero al asado no hay con qué darle. Y River se tiene que ir al descenso gallinas de mierda pero la culpa la tiene Grondona que se está cobrando un vuelto.

Y con la guita que me quedó de la herencia me puse una financiera con unos conocidos que encontré en un sauna que son todos decentes y transan merca pero ni bien pueda los cago a todos y me quedo con la guita y de paso los denuncio por merqueros estafadores y hasta capaz les meto un par de putas con alguna peste para que los hagan recagar. Y la bomba en Hiroshima fue la mierda humana aumentada a la dimensión de un país gigante pero esos japoneses de mierda qué se creían que eran para bombardear el puerto y qué linda la peli que hicieron con el tema del final pero estos yanquis forros siempre son los buenos y los malos somos los otros. Y el cine francés es una reverenda cagada pero Amelie es una obra maestra. Y a nadie se le desea lo que le pasó al pobre Cerati pero Luca no se murió Luca no se murió. Y el tango es un baile de machos para levantarse minas pero quedan como unas putas sacando culo y vestidas como yiros. Y me da por las pelotas la impuntualidad pero me encanta que me hagas esperar.

Y qué linda propaganda la de Coca pero te hacen esa bajada de mierda de que está todo bien sin tomás la porquería esa que sirve para aflojar bulones y encima tiene no sé qué ácido. Y si no te gusta la Quilmes no te gusta la cerveza pero yo me clavo una Stella. Y quiero ir al gym todos los días para que todas las minas que me mandaron a cagar ahora se meen encima pero me chupa un huevo todo lo que me digan porque yo vivo de putas que son más auténticas que esas otras guachas. Y Perón fue el primer trabajador que nos sacó la bola negra del tobillo pero era un tirano nazi de mierda, y las minas argentinas fueron más después de Evita pero era una puta trepadora y brindo por el cáncer. Y está bien que los piqueteros reclamen por sus derechos pero que me dejen pasar con el auto porque si no pierdo el presentismo y qué mierda se creen esos hijos de remil puta.

Y no quiero escribir más una mierda pero sigo tecleando como un frenético. Y te amo pero te odio. Y te extraño pero no te aguanto. Y te quiero ver pero me molesta verte. Y quiero escucharte la voz pero me molesta tu tono de mierda. Y sé que tengo que ir al médico pero le tengo pánico pero me tiene que curar pero son todos garcas con diploma pero es una eminencia pero que se limpie el culo con el título pero mañana sin falta voy. Y detesto el punto y aparte y amo el seguido.

Y a los putos hay que matarlos porque son unos degenerados y la Biblia los manda al horno pero nadie los puede juzgar y aparte los violadores son bien machitos. Y no me banco a los forros que ponen cumbia en el celular a todo lo que da en el bondi pero yo tengo que hablar por el altavoz del radio porque no oigo un carajo y que el resto se joda. Y el abogado ese es flor de garca que vende a la madre si pudiera pero yo lo quiero para mi caso porque hasta ahora no perdió ningún juicio. Y la profesora me tiene bronca la yegua malparida esa pero si puedo le dejo el ojete como una flor de tanta bomba que le doy. Y creo en Dios pero que las hay las hay. Y qué bueno está el programa de Susana pero Tinelli es un capo pero Rial se los coge a todos pero quiero ser amigo de Fort pero que se vayan todos a la reputísima madre que los parió. Y el gordo Pinti es un guarango que dice puras malas palabras pero el que no le guste se puede ir sin escalas a la concha de su madre pero yo me quedo con Capusotto que es el Olmedo de mi generación pero es un peronista drogado de mierda que le dan los premios porque está en Canal 7.

Y todas las minas son putas pero mi hermana es virgen a los veinticinco. Y 678 te canta la posta contra los hijos de puta del monopolio y del campo pero yo a TN lo banco porque son los únicos que te dicen la verdad que te ocultan esos tiranos de mierda. Y los planes sociales están bien porque esa pobre gente ahora tiene con qué parar la olla pero paren hijos como conejos para cobrar la guita que me roban con los impuestos y habría que castrarlos a todos esos vagos de mierda. Y Berlusconi es un grosso que se cogió a todas las pendejas que quiso pero es un viejo degenerado de mierda que habría que cortársela en juliana y tirársela a los chanchos pero qué culpa tienen los chanchos. Y te amo pero no me gusta y por eso te hago daño.

Todo esto lo escuché al pasar por ahí. De vos, de ella, o de aquel, y de mí también.

Somos un mar de contradicciones. Soy un océano de contradicciones. Nunca sabemos lo que queremos pero tampoco queremos perderlo. No sé. Es lo que hay.

Y vivo contradiciéndome. Pero tengo en claro lo que quiero.

 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Hay una guerra en las calles

Nunca puedo dejar de pensar qué pasaría si a esa persona que amo, que quiero, aprecio, o al menos comparto una cotidianeidad sin llegar a sentir cariño de la misma manera que esa persona no lo sienta por mí, le plantaría jeta de una manera totalmente sorpresiva y terminara subido a su escritorio -o mesa, o silla, o lo que fuere- deshaciéndole la cabeza a golpes con lo primero que encuentre en el camino que debería recorrer mi mano para encontrarse con parte de su anatomía. Qué pasaría si, de pronto, se me ocurre tirarle la bandeja al mozo luego de haber juntado los, como decimos en la jerga de los que frecuentamos cafés, muertos de la mesa. Y cagarme de risa de él y su desgracia provocada. Qué pasaría si decido pelearme y salir a matar a todo el mundo, literalmente, TODO el mundo.

La lista es larga por lo cual invito a quien todavía tenga ganas de practicar este pequeño juego mental conmigo a estas horas de la madrugada. Espérenme que me prendo otro cigarro. Ahora sí, empecemos.

Matemos a la pareja. A esa yegua que en el divorcio nos va a llevar la mitad de la guita bien ganada por uno mismo, o a ese gordo pelotudo que en cualquier momento te pone los cuernos a vos mamá de tres pendejos de mierda que te chupan la vida y la juventud. Matalos, matalos a ellos también. Si son una carga para vos que no los pediste! Salí a la calle, matá al forro ese del basurero que le tira onda a tu jermu, metelo en la compactadora hasta triturarlo. Y prendé fuego el camión así se muere el que maneja, que te cruza la mole en medio de la calle y no te deja pasar. Subí al colectivo, sacá la faca y degollá al que maneja, ese forro que te habla para el orto cuando le preguntás una calle y te caga las monedas con la máquina. Y si sube el chancho también, hacelo mierda. Se lo merece por no controlar la limpieza del bondi que viene hasta las pelotas, y te hace bajar si te pasaste dos cuadras de la sección.

Entrá en una panchería, a ver si el turro que está en la caja te cambia cuando le venís con uno de a cien. El malnacido ese no te va a cambiar porque se encanuta las monedas para él, obvio, si lo hace de forro. Y el rati de la esquina que te "vigila", siiiiiiiii seguro! Vigila a los fiolos que le traigan la tarasca para poder jalar una o dos tristes rayas de merca, encima de calidad bien pedorra y seguro mejicaneada con jabón en polvo, por eso están así. ¿Y en el banco? Uuyyyyyyy el banco, esos delincuentes que te cagaron la guita del corralito, encima te obligan a operar con ellos, manga de estafadores. Pelá la automática y llevate cuatro o cinco cajeros, y si podés cargate al gerente también.

Después andá a buscar a tu hija al jardín, aaahhhh las yeguas de las maestras jardineras! Que te dicen paaaaaaaapi, maaaaaaaaaami, y te hablan como si fueras un idiota o te faltaran caramelos en el frasco. Sacales el cordón del camisolín de trola que tienen puesto y ahorcalas con eso ahí nomás, nadie te va a decir nada porque todos la odian pero no tienen los cojones necesarios para plantarse y decirles "No!".

Matá a los forros inspectores de tránsito que te levantan el auto porque lo dejaste con la baliza puesta un minuto en doble fila, y no levantan a todos los hijos de puta que estacionan en las avenidas. Y a los malnacidos negros cabeza que se tapan la cara y te cortan la calle, a esos piqueteros del orto que cobran el Plan Argentina Se Rasca y encima te cagan el día a vos, a esos prendelos fuego que con fuego se purifica todo. Esas lacras que son Testigos de Jaimito, que caigan también porque van rompiéndole las pelotas a todo el barrio justo a la hora de la siesta o el domingo cuando hay partido. Matemos al linyera de la estación, si total está chapa y es un roñoso de mierda, podés ser pobre pero para el jabón siempre se encuentra algo más. Matemos a los contadores que nos dibujan los números pero después cuando te cae la DGI se abren de gambas. "Mañana tengo la fiesta de la oficina, me parece que llevo un bufoso". ¡Ese es el papel aceptado que se tendría que volver realidad, Ud. lo ha dicho!

Y cómo olvidarme de los paseadores de perros, esos forros que te dejan la vereda llena de mierda de los bichos odiosos esos, matalos a ellos también, encima viven drogados y cruzan la calle por cualquier lado, hacelos cagar... y al negro cabeza que te viene a limpiar -o enmugrar- el vidrio del auto en los semáforos, ese negro vago de mierrrrrda que saca el agua de cualquier lado y te la chanta en el parabrisas o te lo escupe si no querés que te lo limpien.

Matá a los que venden en el tren, sobre todo a los forros esos que te ponen la música al palo y siempre, siempre, es la mierda villera de cumbia o reggetón. No me dejan escuchar la radio carajo! Quiero escuchar lo que yo quiero, no lo que vos querés, y después la querés arreglar con un "disculpen las molestias"...

Matemos también a los que juntan juguetes para los pibes que están en los hospitales, a esos forros que se la dan de benefactores de la humanidad para ocultar sus miserias. Y a esas viejas estiradas de COAS, carcamanes putrefactas cirujeadas que jugando a la canasta la van de falsas Madres Teresas... Madres Soretas! Viejas malcos que enojadas por lo caro que es irse a Miami o a Europa prenden los Virginia Slims con billetes de cien dólares, manga de frígidas de Avenida Alvear... y menos mal que la Madre Teresa se murió antes, si no también habría que haber ido a matarla!

A los chinos del súper de a la vuelta de tu casa, degollalos, haceles una corbata colombiana, hacelos recagar por irrespetuosos, porque no se le entiende un carajo y te pijotean las monedas cuando te encajan caramelos, encima seguro te están puteando en su idioma con esas ojotas que las usan hasta en invierno meta y meta fumar como escuerzos y con la misma cara de culo en todos lados. Porque seguro que están tramando cómo matarte a vos... a este punto quería llegar! O vos pensaste que tengo este brainstorming conspirativo por nada? ¡Nooooooo señorito, todo lo contrario! Te estoy previnendo porque ellos también están planeando matarte antes a vos! Preparate porque ahí voy.

El tachero te quiere matar, yendo a los pedos por el medio de la calle, te quiere acuchillar y tirarte en alguna curva de la 25 de Mayo. Tus profesores te quieren matar porque se descargan su puta frustración diaria, porque les vas a robar su laburo, esos forros te quieren hacer cagar antes que llegues a ser más que ellos. Los policías te quieren ahogar en el Riachuelo cada vez que te acercás a preguntarles dónde queda la calle Amenábar o dónde para el 74 que va para Correo Central. El médico que te va a operar te quiere matar para no tener que darte a vos los remedios que después va a revender a una fortuna, ese carnicero con diploma te quiere hacer mierda. El gato que te levantaste hoy en el after office y te llevaste a tu depto te quiere drogar para sacarte los órganos, si no estás alerta te vas a despertar en tu bañera lleno de hielo. Y antes que eso el que está en la barra del bar te quiere matar también, te va a poner una pichicata en el porrón de Quilmes para sacarte toda la guita y de paso hacerte boleta para que no lo mandes en cana.

Tu abogado te quiere hacer cagar, ese forro que te está haciendo el divorcio te va a tirar al medio de la calle para que te pasen por arriba y rajarse al Caribe con tu jermu a reventar tu parte de los bienes. El que está al lado tuyo en la tribuna también te la quiere dar, porque cantaste más alto que él y lo dejaste dibujado. Tiene la faca abajo de la remera, cuando te descuides te va a ensartar y enima te va a choripanear el celular. Te quiere hacer mierda la maestra de tu hijo porque le mandaste a ese engendro que se parece a vos y le está sacando canas verdes por tu culpa. El cura, ese pedazo de forro, ese te quiere primero empomar y después te va a clavar una cruz en el ojete para redimirte.

El kiosquero te la va a dar porque no le pagás los cigarrillos con monedas, ese te la tiene jurada. Y el de la parrilla es otro forro, te quiere agarrar en el baño del fondo para cortarte en pedazos y tirarte al asador porque la carne está por la nubes. El que te llama para ofrecerte una renta vitalicia, te quiere chupar la guita y después mandarte un sicario. Y el forro que te llama para ofrecerte un nicho en el Gloriam, ese te manda a matar en cualquier momento. El sidoso, ese frustrado social, que porque los demás tienen la culpa de la cagada que se mandó compartiendo una jeringa o por no usar forro o las dos cosas, ese te va a poner una jeringa con su sangre en el buche del teléfono público o en la butaca del cine con un cartelito que diga "bienvenido al mundo del SIDA".

¡Adelantate! ¡No te quedes de brazos cruzados! Empezá por el que tenés al lado, ese está esperando que te descuides para hacerte mierda, como ese turro de la oficina, ese es un flor de forro que se quiere quedar con tu puesto. Agazapate, escondete donde no te vean para saltarles a la yugular y hundirles un cuchillo en el pecho y que se caguen por hijos de puta. Y si no lo hacés lo voy a hacer yo, porque vos fuiste un cobarde que no pusiste los huevos en la mesa, porque sos un cagón que no te atreviste a pelear por lo que es tuyo y permitís que te devoren los de afuera. Y después voy a ir por vos, porque después de todo esto sé que me vas a venir a buscar.

Pero si querés evitar todo esto, haceme y hacete un favor: matate vos mismo, huí de esta locura, esta vorágine, esta hecatombe que es estar vivo y sobrevivir todos los días a este Gran Hermano donde todos sabemos lo que hacen todos, dónde están todos y qué piensan todos de todos. Esto es una guerra, es un todos contra todos y vos y yo estamos en el medio. Es matar o morir. Matate, dejale el lugar a otro que haya entendido todo, y por primera vez en la historia quedate tranquilo. Y yo también me voy a matar, para irte a buscar allá donde vayas y seguir atormentándote como todos los días.

Yo ya lo sabía desde hace tiempo. ¿Y vos todavía no te diste cuenta? No te hagas problema, yo te lo cuento en voz bajita. No me lo agradezcas, para eso estamos los amigos...

 

Historias e Histerias

“¡Ya no quedan más hombres!” dicen ellas, haciendo el ta te ti de cuál chongo se van a comer esta noche en el boliche.

“¡Las minas son todas unas histéricas!” dicen ellos, después de salir de su undécima cuenta pirata del Facebook.

“¡Necesito un hombre que me quiera, me contenga, sea simpático, dulce, tierno, el físico y la billetera no es un parámetro!” dicen ellas, después de subirse al Vento del profe de Pilates.

“¡El amor de mi vida tiene que ser reservada, tranquila y dulce; tengo que estar orgulloso de presentársela a mamá!” dicen ellos, en el VIP de Pinar de Rocha con tres promotoras bailándoles en el caño.

 

Somos una sociedad más machista que feminista, aunque histérica e gataflorista por igual. Las mujeres son histéricas por naturaleza (sé que con esto me gané el odio de muchas de mis lectoras, pero por favor sigan leyendo hasta el final antes de crucificarme de las bolas) pero los hombres nos estamos volviendo unos histeriquitos peores que ellas. Estamos más vuelteros, más liberales, menos apegados a los compromisos, más piratas, menos sensibles y, sobre todo, menos escrupulosos. El engaño ya forma parte del paisaje cotidiano de las relaciones humanas desde hace muchísimo tiempo, pero hoy en día se lo ve como algo normal y hasta se lo justifica como si el engaño fuese culpa del engañado y no del engañador.

“Culpa tuya pelotudo, hubieses cerrado el culo a tiempo y no te hubieses mostrado tal cual sos” fue la última frase que escuché cuando decidí cerrar el tema que me tuvo en vilo por cuatro meses hace muy poco. Y curiosamente, vino de una persona de quien estoy plenamente seguro que no engañó ni engañará en su vida a su pareja.

“Jodete por tarada, el tipo quería un garch & go, con la tarasca que tiene mirá si va a querer estar con un bagarto como vos” fue lo último que escuchó ella cuando decidió cerrar el tema que la tuvo en vilo una semana entera hasta que descubrió a su eventual pareja del baile en un 1 to 1 furioso con una tarjetera en los reservados del primer piso.

Más de uno antes que yo escribió siempre lo mismo. Tenemos miedo a enamorarnos, porque cuando uno se quemó con leche ve la vaca y llora.

Conozco carretadas de mentirosas que vendieron ilusiones y terminaron cagándose en todo eso. ¿A quién no le pasó? Usted, querido/a lector/a, ¿no se siente identificado/a cuando le digo la frase “de la muerte y de los cuernos no se salva nadie”?

Los más jóvenes dirán “justamente, soy joven y voy a disfrutar de la vida que para eso soy una escultura de carne y hueso”.

Los más viejos dirán “ya se me pasó el cuarto de hora, quiero enamorarme de alguien que me haga sentir orgulloso/a, que sea el padre/la madre de mis hijos y envejecer junto a él/ella.

Quienes me conocen sabrán cuál es mi frase de cabecera.

Pero lo más aterrador, lo que nos negamos a afrontar despiadadamente y por eso hacemos lo que hacemos en una época en que ya deberíamos comenzar a vivir para otra persona, es el miedo a quedar solos. El miedo a fracasar. El miedo a lo desconocido. Por eso compramos ilusiones, compramos besos y compramos sudor por litro de un desconocido que nos aborda en la barra del bar y nos invita con eso que estamos tomando.

Tenemos miedo a la condena social, esta sociedad que te juzga por el tamaño de tus tetas, por el tamaño de tu pene o cuánto durás en el polvo. La condena social que nos impone que el hombre es un héroe si se come a una familia de lesbianas en una sola noche, pero rebaja a la mujer al rango de puta profesional si está con más de uno en una misma jornada.

También está aquel que dice que si una llave abre muchas cerraduras diferentes, esas cerraduras son una mierda.

Y ese es uno de los pilares de esta sociedad. El machismo como religión.

También el feminismo fanático impone que los cuerpos de las mujeres no son mercancía de cambio y que cada una puede hacer de él lo que considere correcto. Al no darse cuenta del daño que puede provocar esto, se terminan autoflagelando en pos de ser felices, así sea únicamente una felicidad tan efímera como falsa e hipócrita. Porque no son felices de esa manera, no pueden serlo estando solas, ni mucho menos pueden serlo sabiendo que dejaron ir a quien hubiese podido hacerlas más felices de lo que pudieran imaginar so pretexto de ser ajusticiadas por la guía telefónica de zona sur.

Sigo sin entender el por qué del engaño cuando no hay un motivo revanchista dentro de la pareja. Soy un convencido de que las vidas anteriores no interesan, uno está con quien está porque quiere algo a futuro. Tengo mis muertos en el placard y muy pocas veces los saco a dar un paseo, ya que son bastante jodidos como para mostrarlos al mundo exterior sin sufrir consecuencias. Y sigo convencido que quien engaña, es un mentiroso de la peor calaña. Por eso es que hoy en día, me siento mejor con relaciones que duran lo que un buen tema de The Who y de ahí no pase a mayores.

Actitud nefasta si la hay, porque en el medio me voy a perder de algo muy bueno por miedo al fracaso. Todo gracias a vos, perra.

Están también quienes engañan o histeriquean por venganza. Porque sus padres se separaron, porque pescaron a sus padres infraganti con otra pareja, porque fueron engañados/as… y por gente como esa, boludos como yo dejamos de creer en el amor eterno y nos resistimos a aceptar su existencia.

La frase hecha “tranquilo/a, todo se va a arreglar, no era para vos” es un insulto a mi inteligencia. No digo que tenga un IQ iluminado, pero creo que tengo mis ideas bien firmes y puedo encarar una relación con la madurez suficiente para no engañar. Considero a quienes engañan una lacra tan grande como quien le desfigura el rostro a su hijo/a. Son dos casos de violencia similares y opuestos a la vez. Solo que en uno de ellos la secuela es física; en el otro es física y emocional.

Pero qué tonto que fui al reconocer que soy un cornudo más, che.

Prefiero ser un cornudo con la conciencia limpia. Al resto de la frase, se la dejo al criterio de cada uno/a de ustedes.

 

(guarda que en el medio hay una teta distraída)

martes, 13 de diciembre de 2011

Enfermeras del amor

 

Anita está nerviosa. Sube y baja la calle por enésima vez.

Anita tiene frío, pese a que es una noche por demás calurosa. Anita tiene frío, no en la piel, sino en el alma.

Anita ve pasar los autos caros que la observan como mercancía de intercambio. Los transeúntes la esquivan, la evitan, no la miran. Como si fuera portadora de una peste medieval, o de un mal incurable que merezca una condena social.

Anita lo sabe, y juega a convivir con ese pensamiento sin cuidado. Pero en el fondo, le duele. Son cicatrices que no van a sanar del todo mientras que esto dure.

Anita prende un cigarrillo. Se relaja. Mira su reloj, son las 22:30. La noche recién comienza, hay que parar la olla y su hijo lo sabe tanto como ella.

Anita se acerca al Mercedes que frena frente a ella. Se apoya en el cristal bajo, ofrece lo que tiene para ofrecer. Tal parece que no hay demanda, ya que el Mercedes sube el cristal y parte raudo hacia no se sabe dónde.

Anita se queda con las manos vacías. Se deshace un poco la mata de cabello ondulado que orla su cabeza, se encoge de hombros y vuelve a empezar.

Anita sabe que todo esto se trata de volver a empezar, una y otra vez. Convive con ello. Sabe que es la ley de esta jungla de cemento, donde sobrevive el más fuerte y el más débil queda en el camino. Y ella es fuerte.

Anita vuelve a caminar, una y otra vez, por toda la extensión de la cuadra. Enfrente está el principal Vera, quien la saluda con gesto adusto, por miedo al qué dirán. Pero todos allí saben que el principal Vera es una especie de guardaespaldas de esa zona.

Anita tiene miedo que esta noche sea su última noche. Como siempre. No tiene miedo a morir, tiene miedo al olvido, Y eso, para ella, es peor que morir.

Anita sabe que nadie se enamorará de ella. Esas cosas solamente pasan en las películas. Sabe que el amor eterno no existe, por lo menos en su caso, y si algo existe que sea amor, se termina en lo que dura el rato previamente pactado.

Anita cree que lo que hace es una especie de relación más que perfecta y honesta. Ella sabe lo que quiere, su ocasional pareja –si es que pueda denominársela así – también sabe lo que quiere, y todo queda dentro de las cuatro paredes del hotel o las seis o cuatro ventanillas polarizadas del auto.

Anita quiere que esto se acabe. Y al mismo tiempo quiere que nunca termine. Es contradictoria. Como todas las que juegan a escaparse de su prisión mental y juegan a ser gato, que va de tejado en tejado sin quedarse en ninguna casa ajena.

Anita brega en medio de esa incertidumbre que da el no haber podido ser profeta en su tierra, tener que haber venido del norte hasta la Reina del Plata porque su tierra natal no le dio lo que necesitaba, en busca de los billetes que abundan en las carteras de los adinerados. Extraña dicotomía, abundan los billetes como también abunda el vacío del alma de quienes tienen mucho y a la vez tienen poco.

Anita me ve. Se acerca hasta mí, me ofrece un rato de sudor y gemidos por una módica suma que puedo pagar, aunque no quiero por respeto a ella y a la mujer que me dio la vida. Ella lo entiende, me da un beso en la mejilla y sigue con su peregrinaje de una sola cuadra. Como si fuera una letanía, le escucho repetir una frase algo gastada pero reconfortante: “ojalá todos los hombres fueran como vos, así no tendría que hacer esto”

Anita sabe que soy igual a todos ellos, que de haber tenido la oportunidad lo habría hecho, pero por un mínimo instante tuve un chispazo de cordura. No condeno lo que hace, no comparto lo que hace, pero eso no me hace mejor que los demás ya que con lo que le hubiese dado como pago ella habría tenido algo más de alimento para su hijo y yo hubiera tenido un entremés para mi espíritu. Y hasta quizás podría haberla rescatado, haciendo una visión más romántica de un panorama donde no existe el romanticismo.

Anita no dice nada. Juega a hacer de cuenta que yo sé lo que ella sabe, y al mismo tiempo no lo sabe de la misma manera que no lo sé yo. Y tantos otros. Y eso la hace, en una medida infinita, mucho mejor persona que yo.

Anita vuelve a sentir nervios porque no sabe cómo va a terminar esta historia. Yo tengo miedo de no saber cómo terminar esta narración. Ambos nos vamos, cada uno por nuestro camino, a enfrentar nuestros fantasmas. La noche no dice nada, y no dirá nada más. Igual que Anita.

 

martes, 6 de diciembre de 2011

Sobremesa


La cuadra en la cual trabajo es famosa ente la gente de oficina de por acá por su ambiente agradable, la vereda llena de sillas y mesas para comer y el boulevard con farolas. Le da un estilo colonial muy particular, más allá de ser donde muere una avenida en pleno San Telmo.
Justamente, el tema que observo el día de hoy, son esos espacios gastronómicos que engalanan el paisaje cotidiano.
Todos saben que no puedo fumar dentro de la oficina, y es por eso que cada vez que salgo a despuntar el vicio trato que sea un momento de reflexión. Venía con una pequeña sequía de temas, pero lo de hoy me llamó particularmente la atención. Y creo que a más de uno le habrá ocurrido cuando se encontró con estas dicotomías tan particulares.
¿De qué se trata este humilde espacio literario, si no es de dicotomías del día a día?
Tanto en la esquina de la manzana donde está mi trabajo, como en la mitad de la cuadra (antes de llegar al tallercito mecánico del rengo Recabarrén) hay un restaurante diferente al anterior. Tres realidades diferentes en un –casi – mismo lugar.
La esquina es un espacio agradable y semi moderno, pero sin perder la esencia de San Telmo: toldos negros desplegables, mesas y sillas desnudas de madera mal barnizada, muchas botellas devenidas en adornos y tango.
Al lado de la anterior oficina donde trabajaba, está el restaurante verde. No sólo porque está pintado, efectivamente, de un desagradable color verde loro que contrasta muy mal con el hierro descuidado de las sillas rústicas e incómodas, sino porque es un espacio naturista para que los que salen del gimnasio llenen los espacios entre sus dientes con porciones vegetales que no llenarían ni a una hormiga en pleno frenesí alimenticio.
Y por último, al lado del ya citado taller, se encuentra el espacio cool para los más jóvenes. El restó bohemio donde se puede hacer el after office, ir a tomar algo con tu pareja a media luz, compartir una picadita con amigos o relajarse mientras tomás un mokaccino y leés el diario de deportes, todo eso engalanado por la simpatía de las mozas.
Tuve el siniestro placer de ir a cada uno de ellos, y a decir verdad, en ninguno me sentí del todo cómodo.
Y lo de aclarar que cuando salgo a fumar me pongo a reflexionar no fue de puro capricho. Siempre que salgo, tengo la costumbre de mirar a quienes están sentados a la sombra de los gomeros o las sombrillas debajo de ellos, y notar la tristeza o el compromiso por el que están almorzando ahí. Es una imagen tan triste como desesperanzadora acerca de la falsedad humana, de la cual ya hablamos, y de la necesidad de ir a dejarse el sueldo en una porción insignificante de nada, en pos de quedar bien ante los ojos del otro.
Y por otro lado, agradezco a Dios el haber encontrado el bolichón de Tito. Un lugar no demasiado pintoresco ni higiénico, con algún que otro cuadro de Gardel, muchas revistas de chismes que le trae el canillita de la mano de enfrente y sobre todo, con mucha gente comiendo. Gente como del barrio, o como las familias que viven en esas casas chorizo de las que casi no abundan, que se juntan a comer los domingos en familia. Risas, carcajadas, truco, vino, soda, noticiero, pan, pastas, empanadas, y un ambiente de camaradería que difícilmente se encuentre en un restó de Puerto Madero o Las Cañitas. Mucho menos, de San Telmo.
Es que olvidé comentarles, oportunamente, que la avenida en la que trabajo divide San Telmo de Constitución. ¿En qué barrio estoy trabajando, entonces?  Por si acaso, no quiero averiguarlo. A ver si todavía me llevo una decepción. Parque Lezama está acá en la esquina, y da toda la chapa decir que trabajás en La Boca…

viernes, 2 de diciembre de 2011

Paparazzis, paparazzis everywhere

Charlando con una de esas amigas incondicionales que los hombres solemos tener (ese tipo de amiga muy amiga que está más fuerte que aliento de búfalo, pero que sabés que no vas a tocar inadecuadamente porque es casi como tocar a tu hermanita menor) tuve la confirmación de un pensamiento que ya venía masticando de hace rato, pero que nunca me atreví a comprobar.
Esta amiga me contó, durante el summary de sus vacaciones en no recuerdo qué ciudad bohemia y jipona que se ponen de moda en verano a fuerza de hierbas locas y rastas, que los baños de mujeres son extremadamente más sucios que los de hombres. Vaya si habré fantaseado con ese tema más de la cuenta.
A ver. Mi vieja me llevó varias veces a un baño femenino cuando tenía 4 años o menos, y la verdad que para acordarme de acontecimientos 25 años atrás no estoy muy lúcido que digamos. Tuve una novia con una hermanita de la misma edad que cuento, a la que más de una vez llevé al shopping y la llevé al baño de mujeres apelando a la buena onda de las ocupantes para que me dieran una mano, y no precisamente en mi cara o genitales. Y nunca le presté atención al tema que menciono anteriormente.
¿Vieron cuando les pinta el Brainstorming, ese torbellino de ideas que van hilando casi a la velocidad de la luz, pero que no saben de dónde viene ni dónde va? Bueno, algo parecido me pasó en ese momento, para decidirme a saber en qué quiero reencarnar –si es que tal acontecimiento metafísico existe – en una vida futura.
Hablo de convertirme en espejo de baño de mujeres.
Los fanáticos de Pulp Fiction recordarán la escena en que Uma Thurman (o Mía Wallace, como quieran denominarla, salvo que prefieran Poison Ivy y ahí se pudra todo) se pega un terrible nariguetazo en el baño del bar donde va con Travolta. O la escena de Trainspotting donde las dos novias de los protagonistas hablan de aquello que leyeron en la Cosmopolitan acerca de no intimar en meses para mantener la atención de sus parejas. Conversación que se dio en… el baño, justamente.
¿A qué voy con todo esto? A ese miedo irracional y desmedido que tenemos los hombres a que las mujeres abran la boca. No digo que no la abran en la situación de la más sagrada y natural unión entre dos personas, sino a que un día se decida a hablar y cuente absolutamente todo. 
Tenemos miedo a que el otro se entere que somos precoces. Que no duramos más de un segundo polvo con toda la furia. Que para el tercero tenemos que convertirnos en pitufos de tanto viagra. Que la tenemos más chica que el novio anterior. Que ponemos caras que avergonzaría a Jim Carrey en pleno coito. 
Es una psicosis constante.
Alguna vez tuve que ponerle los puntos a un amigo que me contaba con pelos y señales las guarangadas que hacía con su nueva novia. De esto pasó hace mucho tiempo, pero por suerte no llegué a conocer a la dama. Si la conocía, supongo que le pedía el teléfono y que me hiciera precio por cantidad de integrantes. 
Actualmente mis dos amigos no me contarían sus intimidades ni siquiera en el peor estado de embriaguez o de faso, ni mucho menos yo haría lo propio con mis chanchadas. Ojo, esto califica únicamente para la pareja estable. 
Si te fuiste de trampa… es otra cantata.
Siempre tenemos ese terror a que cuenten la vez que nos disfrazamos de El Zorro y le dibujamos una Z de esmegma en la espalda. Y más aún, si nos gusta que ese dedito explorador nos entre en el culo hasta la tercera falange y si se pudieran dos dedos sería mejor. 
Capaz que el tema de la intimidad pasa por otro lado para las mujeres, mientras que por lo menos para mí incluye el tema del catre y todo lo que se haga en posición horizontal o vertical dentro de una habitación, automóvil o baño de avión.
Y lo peor de todo, lo más frustrante, lo que más pánico nos da, es que nunca vamos a saber de labios de nuestras parejas qué es lo que hablan o hacen en nuestra ausencia. Me sorprende la gente que confía en ellas de manera incondicional. Lo que es yo paso, y por experiencia no voy a hacerlo más. No voy a escarchar a mi anterior, que me pintó un panorama prometedor para terminar pintando para gato. 
Y no sé hasta dónde alcanza el asunto, pero es bastante complicado.
Eso es lo malo de tener parejas amigas en común. Mientras que vos les sonrías, el no saber qué están pensando de vos es desesperante. Quizás no sepan nada… quizás lo sepan todo. 
Pero vos, pobre incauto enamorado, nunca te vas a enterar.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mind the gap

Gran parte de nuestra vida laboral transcurre en el transporte público. La gran mayoría de quienes no logramos emanciparnos económicamente como para comprarnos una moto o un auto sabemos lo que es correr y sufrir a manos de estas "orugas con cabañas que llevan gente en su interior", voto a Les Luthiers. Y más en los días de calor agobiante como los que nos están tocando.
Viajar en tren no deja de resultarme una experiencia tan placentera como estresante. Conozco el paisaje de memoria, tanto interior como exterior. Desde la hora pico matinal a la mañana, situación en la cual alguna vez he viajado en los costados de la locomotora (los memoriosos recuerdan la vez que ardió el sistema de señales de Constitución), en los estribos de los vagones del diesel con todo el cuerpo fuera de la formación o sentado en los topes hidráulicos del último vagón; hasta haber tenido el privilegio de pasar a la cabina del conductor del eléctrico con mi papá teniendo unos pequeños 7 años.
Nunca deja de temer el trabajador promedio a sufrir un percance. Desde los normales arrebatos en los andenes, los cortes en Avellaneda o Wilde, hasta caerse de un vagón lleno de más. O peor aún, ser bajado por un controlador que no tolera que no sacamos boleto o nos pasamos de sección.
Párrafo aparte merecen los vendedores. Es un pintoresco mercado persa sobre ruedas, un interminable desfile que nos promete deleitarnos durante el viaje, quedar bien con poca plata, refrescar nuestro aliento, evitar fugas de energía en electrodomésticos, llevar a los chicos, iluminar motores o ambientes oscuros, ver los últimos estrenos en calidad final, escuchar la mejor música... Nadie se siente molesto, compran o ignoran con el mismo respeto que los vendedores hacen su trabajo. Y la ronda sigue su curso y todos viven.
Pero (siempre hay un "pero" para todo) también están aquellos impunes que hacen esa aventura muy poco placentera. Me refiero a dos tipos de personajes a los cuales desprecio con toda mi alma.
Normalmente, al volver a mi casa, me voy a la otra punta del andén para hacer la fila y viajar sentado y durmiendo en el primer vagón del lado de la ventanilla. Por esto, soy un férreo defensor de no dar el asiento a quienes, en teoría, les corresponde. A ver. Jamás me siento en el asiento individual de al lado de la puerta, ya que tendría que pararme indefectiblemente y por ley. Pero si estoy en medio del vagón... fuck off, no me corresponde. Hacé la fila como la hice yo, dejando pasar 4 o 5 formaciones. Y para no hacer la fila, tenés los bancos en el andén.
Ahora bien, las estaciones intermedias son otra cantata. Y ahí está el punto de mi queja: parece que nadie, NADIE, se da por aludido ante esto. Un lisiado, una embarazada o un padre cargando con su bebé es ignorado absolutamente por quienes se hacen los dormidos y espían furtivamente para ver si otro boludo hizo la obra santa de levantarse.
Ojo que las mujeres tampoco están exentas a la hora de dar el ejemplo eh. Más de una vez un caballero del medio tuvo que pararse porque la ocupante del asiento destinado a tal fin no se dio por aludida. Podría atribuirlo al tono de piel y su formación mental, pero no lo voy a hacer por si el INADI.
Y el otro espécimen del que hablo, es mi tan odiado DJ ferroviario. Ese que con su celular de alta gama, con cuyo costo se podría pagar la deuda externa de un país de África, atormenta al pasaje a fuerza de cumbia de mal gusto a todo volumen. ¿No se inventaron todavía los auriculares? ¿No se inventó todavía el respeto por el prójimo? Y no me vengan con que declaro esto por no gustarme la cumbia; de hecho nunca escuché a ningún metalero hacer esto. Es una cuestión de principios. Lo que tampoco vi, es ningún cortés pedido de algún integrante del pasaje de bajar el volumen, solamente caras molestas y traslados de lugar, ante la cara de indiferencia del providencial pinchadiscos.
He visto, sí, represalias. Pero eso es parte de otro ensayo.
Curiosamente, sin todos estos componentes mis viajes serían muy aburridos. Me gusta sufrir todo esto. Después de todo, nunca está de más un poquito de caos en nuestra ordenada vida, ¿no?

lunes, 28 de noviembre de 2011

Silencio, estamos retrasando lo inevitable

La vida de hospital puede ser tan románticamente televisiva como desesperanzadoramente real. Gracias a mi madre me hice bastante habitué de los pasillos de la salud pública, al punto tal de amar y odiar en la misma medida estos lugares.
Lo cual me lleva a explicar el título de este humilde ensayo escrito en la habitación 115 de un hospital de la zona sur, con el Chaqueño Palavecino de fondo en la tele. En un capítulo de mi serie favorita, casualmente una comedia de hospital, uno de los doctores aseveró que "nosotros no buscamos la salud; simplemente retrasamos el final que todos sabemos que va a ocurrir inevitablemente". Y es una frase que me marcó tanto, que cada vez que paso por una clínica no puedo dejar de pensar  que la Muerte se pasea tranquilamente por sus alas, eligiendo randómicamente a quién dormir en su sueño de eternidad.
Bajo un momento a fumar, y veo la puerta de la guardia allá a unos metros. Un lugar tan frenético como pocas veces vi, ya que justamente, es ahí donde a veces se debate la lucha de la fragilidad de la vida contra la oscuridad de la muerte. En este momento están entrando a un herido de bala. Hace un rato, me conversa el seguridad de la puerta, ingresaron a dos accidentados en moto. Veo las caras de los padres primerizos que traen a sus hijos sin saber lo que les pasan. Veo los ancianos que quedan a merced de esa vorágine humana que los relega al segundo plano. Las enfermeras del turno noche, más dormidas que vivas. Los dos policías que custodian al ladrón atrapado y herido en una pierna.
Y paradójicamente, cruzando la avenida se encuentra un salón de fiestas que, ajeno a todo esto, festeja los 15 años de una jovencita a puro volumen. Hace un rato hizo su entrada con fuegos artificiales. Mi pensamiento, compartido con el de una de las enfermeras, fue “un poco raro poner un salón de fiestas al lado de un hospital, es como si pusiera una funeraria al lado de un jardín de infantes”.
Ya me tocó estar dos veces sobre la camilla, poca gente sabe esto. No voy a dar muchos detalles; simplemente voy a decir que puede ser agradable u odioso dependiendo de la onda que le ponga cada uno. La primera vez fue un suceso que marcó mi vida. La segunda vez hizo que torciera absolutamente todo lo que venía haciendo hasta ese momento. No sé si me haría gracia caer ahora, más que nada porque son ocasiones en que me las arreglé solo por completo y ahora querría lo mismo. Yo y mi costumbre de herir sentimientos ajenos.
De todos modos, quizás no sea tan malo pasar una pequeña temporada ahí adentro. A ver cuántos me llaman para ver qué pasó. A ver cuántos retoman el contacto perdido conmigo. A ver cuántos vienen a verme con ganas, y cuántos vienen a verme con culpa. Incluso, a ver cuántos vienen. Y como todo en mi vida es una contradicción permanente, no tengo ganas que venga a verme nadie. Ahí me viene a avisar la enfermera que puedo volver a subir. Tengo que ir a ver a mi vieja. Tiempo del mea culpa…

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Puro blabla

Vivo de las palabras, tanto las escritas como las dichas al aire. Son vitales para mi trabajo, como también lo son para mi nuevo (o retomado) hobby de blogger newbie.

Leer cómo escriben, ver qué escriben y presenciar dónde escriben cuando las personas escriben, es un ejercicio que me ayuda a estar siempre alerta a varias conversaciones al mismo tiempo. Sobre todo, para saber cómo es el estadio de ánimo del interlocutor. No me convence quedarme con la liviandad del primer vistazo, esa primera impresión asesina tan característica mía. Siempre existe una idea secundaria debajo de la principal, y casi siempre resulta más importante que la primera.

Eso es lo más interesante, si no lo más enriquecedor, de nuestro idioma. Quienes me conocen de cerca saben que la ironía es mi lengua nativa, corolada con toques de sutileza y muchísimo doble sentido dependiendo del caso particular. Mucho me costó balancear todo eso hasta convertirlo en un mix interesante y de buen gusto; por lo tanto me gusta ejercitarlo constantemente.

Además sabemos que esos recursos idiomáticos no son comunes a todos, y son ajenos a unos cuantos. De manera que, quienes sabemos utilizarlos, podríamos ser los conserjes de la Torre de Babel.

Irónicos, alegres, reflexivos, sarcásticos, derrotistas, quejosos, chispeantes, directos, tímidos, reservados, sinceros, picantes... todos los rasgos de nuestra personalidad quedan al descubierto cuando nos expresamos. No quiero decir con esto que se entiende lo que queremos expresar, sino que sencillamente el estado de ánimo es quien queda al desnudo cuando nos expresamos. 

Sobre todo en esta época en que el lenguaje se encuentra tan bastardeado (no me cierra la idea de "aggiornado"), tanto por licencias idiomáticas como por los diferentes... llamémosle dialectos varios de los estratos sociales, el ahorro en las telecomunicaciones (la rapidez de escritura en los sms, programas de mensajería instantánea y redes sociales, haciendo gala todo ello de su informalidad) o el mero desconocimiento de quienes no tuvieron la oportunidad de educarse.

¿Me piden una conclusión? No se puede conocer a una persona por el mero hecho de leer un puñado de expresiones proferido por ella. Quien afirme esto, algo tan clásico de escuchar de parte de tantos filósofos de bar, no es un conocedor sino un ladri. Cuanto mucho, puede dar una idea muy sutil en cuanto a aproximación de la personalidad de la persona, pero solamente rasgos muy externos. Ni hablar, en mi modesta opinión y experiencia de vida, de quienes juzgan la personalidad por su manera de escribir a mano alzada. Eso ya radica en lo puramente descarado, ya que para plantear estas cosas nada mejor que un buen y desconocido psicólogo.

Ahora bien, no sirve de nada ser un literato destacado, o un orador exquisito, si no se cuenta con una platea acorde. Y más allá de la única persona que declara leer este humilde espacio, sé que lo hacen otros internautas cuya opinión respeto muchísimo por estar involucrados en los medios desde hace tiempo y haber demostrado que la pluma es más poderosa que la espada, voto a Jack Nicholson.

Pequeñas alegrías de alguien que se esfuerza en escribir algo ameno e interesante a la vez.

Lo cual hace que me pregunte, tras esta introducción un tanto larga, el tópico que me llevó a escribirla. ¿Por qué cazzo las minas que son las más perras, fiesteras y zarpadas, son las primeras que claman que "ya no quedan hombres!", o ponen una cita de Bucay acerca de lo solas e incomprendidas que se sienten, o un aforismo de Narosky pidiendo por el príncipe azul que las lleve al palacio de cristal en su muro de Facebook? ¿No se dan cuenta que todos los que ya pasamos por esa histeriqueada sabemos de memoria que son las primeras que, después de jurarte amor eterno tras la sexta botella de Frizze, se van derechito al baño a fisurar media hora y después le pasan el teléfono a cuanto chongo se cruce en el medio, o en cuanta red social de trampa puedan conocer? Pero ojo, vos seguís siendo el amor de sus vidas eh, no te confundas...

¡Carajo, qué bronca que me dan!





martes, 22 de noviembre de 2011

Paqueterías

Un turista británico se me acerca. "Where's aveniuda 9 de hulio?" Le contesto en mi clásico redneck. Se va mirándome un tanto extrañado.

Una señora pasea su Teckel; demasiado chico y ruidoso para mi gusto. Algunos gimnastas dan vueltas al trotecito frente a la Embajada de Francia; prefiero ir a Plaza Francia que es más empinada. Un jubilado le da de comer a las palomas; se me antoja un ex presidente derrocado al que no alcancé a votar. O dos. Las amigas que van al after office un tanto retrasadas; va a ser muy raro que me vean en un lugar así. Los ecológicos que vuelven a casa en bicicleta o rollers; qué necesidad de entorpecer el tránsito contaminante.

La parejita de alemanes besándose bajo el farol. La señora que no entiende su nuevo smartphone; le explico cómo enviar el sms que tenía en mente. Dos chicas más que bonitas sonríen tras el piropo de un taxista; todavía quedan caballeros en estos agitados tiempos. Un policía que casi abre un surco de tanto subir y bajar la calle; me está mirando feo porque lo estoy mirando neutral. Una señal de wifi algo distraída; qué bueno que hizo amistad con mi teléfono.

El grupito de japoneses que salen con sus cámaras; sigan un par de cuadras para la izquierda a ver cuántos terminan vivos. El atado de cigarrillos que se me termina; ni siquiera me puedo morir a bajo costo con lo que aumentaron.

La tarde está cayendo, voto a Gustavo Cerati, en Arroyo y Alvear.

La estación de subte me queda en la otra punta; podrían hacer una estación acá eh. El deseo reprimido de tomar un taxi; los viáticos de la empresa no me lo cubren y prefiero ahorrar.

Amo Buenos Aires. Pero odio la secuencia tan milimétricamente preparada y precisa de reloj suizo de todos los barrios recoletos y patricios.

Me quedo sin batería. El wifi se desenamora del teléfono. Se murieron mis ganas de estar acá. Pienso en la hora y media que tengo de viaje hasta m casa y desfallezco. Me fui.


jueves, 17 de noviembre de 2011

Ciudad de Dios, Ciudad del Pecado

La ciudad de Buenos Aires es un ámbito que nunca deja de sorprenderme. Tiene una mezcla de romántica y salvaje como en pocos lugares del mundo pude ver. Desde la paz de los bosquecitos de Puerto Madero, pasando por el frenesí neurótico de Microcentro, hasta la peligrosidad oscura e inquietante de Pompeya.

La fauna urbana es extremadamente variada, siendo una de las ciudades con mayor diversidad étnica de Latinoamérica (sino del Mundo). Y el ámbito ocupacional no se queda atrás. Oficinistas, secretarias, cadetes, cartoneros, políticos, faranduleros, prostitutas, transas, policías, bolivianos, paraguayos, peruanos, judíos, chinos y dominicanas. En medio de eso, hasta se puede encontrar algún que otro argentino. Y cuando se rompe el delicadísimo balance diario, es cuando la ciudad grita a plenos pulmones.

Tránsito imposible, edificios que se caen como casas de naipes, calles cortadas por piquetes, el subte que rebalsa en hora pico, tacheros que no frenan donde tienen que hacerlo, colectivos que no ven hacia los costados, llueve y Santa Fe se transforma en Mar Chiquita, malabaristas que atrasan los semáforos... y en medio de ese infierno dantesco quedamos nosotros, los humildes laburantes que vamos a dejar nuestro sudor para que la ciudad pueda avanzar. Y la ciudad que cada vez nos maltrata más.

Nuestro único deseo es llegar a casa lo más rápido posible, sobre todo cuando salimos de la oficina el viernes a la tarde. ¿Es mucho pedir?

Buenos Aires me enamora. Es la novia perfecta. Todos los estados de ánimo, todas las histerias, todos los problemas. Hasta que se hace de noche, y nos muestra su mejor cara escondiéndonos sus miserias en el suburbio.

¿No será un poco masoquista de mi parte?




La Daga detrás de la Sonrisa

Cada vez que salgo a fumar a la puerta de la oficina, normalmente junto con uno de los abogados del estudio, me entretengo observando a la gente que va y viene en ese clásico vals que es el trajín diario. En especial, me gusta detenerme en las parejas que cruzan enfrente mío.

Hace un rato nomás pasó una parejita de doctores. En realidad ella es enfermera y él, cirujano (el color del ambo los delata). Ella iba parloteando de no sé qué catéter que había colocado fuera de hora laboral. Él iba destilando amor por cada uno de los poros de su cuerpo, aunque aparentemente ella no se diera cuenta. O sí, y sabiéndose dueña de la situación, podría aprovecharse para obtener un aventón hacia su casa.

Más tarde fue el turno de dos chicas que iban de la mano, aunque mirando en direcciones contrarias. La que miró hacia mi lado estaba completamente abochornada; es como que quería querer estar ahí pero una fuerza superior la obligaba a querer salir corriendo. La que miraba para el lado de la calle lo hacía con fastidio, como si supiera que su compañía no estaba del todo cómoda, pero aún así se esforzaba por disimular.

La pareja de policías de la Metropolitana recorría por enésima vez la calle de arriba a abajo, deteniéndose siempre que pasaban frente a Simón, el ciruja de la cuadra. Y nunca se esforzaron en disimular el desdén que les provocaba ver un cuadro tan dantesco dada lo paqueta que es esa cuadra.


Las expresiones de nuestro cuerpo son tan variadas como difíciles de ver. Y lo más curioso es que la dificultad aumenta de manera opuesta a lo que uno creería que fuese lo normal: las demostraciones de amor son más complicadas de percibir, contrariamente a las de odio. Pero lo más triste de todo es que nos resulta más fácil percibir emociones ajenas que van dirigidas a otras personas, más nos es extremadamente difícil darnos cuenta cuando esas expresiones nos las regalan a nosotros.

Supongo que esto es porque cuando el corazón mete su sinrazón, es difícil separar la utopía de la razón.

Nunca tuve ese don, aunque puedo olfatear un mentiroso a millas de distancia. Supongo que con esa capacidad, mi vida sería un poco más fácil. O al contrario, ya que me tornaría un perseguido absoluto que no podría tener un simple rastro de confianza en el género humano. Pero no dejaría de tener un cierto poder sobre el resto de los mortales, y qué es lo que queremos en esta vida sino algo de poder...



domingo, 3 de julio de 2011

Rápido, los márgenes salvadores!




Día uno: Alguien me mira frente al espejo... soy el espejo deformado de una mirada, o la mirada que deforma el espejo. No sé. En definitiva hay algo, y no sé qué es.

Día dos: Afeitarme? Por qué...? Me gusta mi barba, me acompaña desde hace mucho. Sine qua non? Dios... cómo me cuesta el desarraigo...

Día tres: Preguntan por mi nombre. Lo suelto como a quien se le cae un papel muy importante, o algo de mucho valor. Porque lo valoro y lo cuido mucho. Pero esta vez no me cuesta dejarlo salir. Por qué será?

Día cuatro: Un número, una dirección, algo. Tirame algo bro. Por qué no? Celos... no, tuyos no... de terceros. Hacia mí? No puede ser...

Día cinco: mañana... mañana es el día. De qué? Qué clase de prueba? Podré afrontarla? No tengo nada que perder, mis peores miedos son la muerte y el ridículo, y creo que voy un poco hacia ambos, y sin frenos.

Día seis: se suspende por lluvia. Otra vez. Ya pasó anteriormente, y sé lo que se siente. Mi expectativa es frágil, me recuerda a una mariposa en medio de la tormenta, y tengo miedo. No estoy preparado para esta espera, me molesta, me duele. Quiero largar todo al carajo, no me importa. Pero por suerte, llega esa palabra mágica que me puede por completo. Calma...

Día siete: sin novedades. La tranquilidad se disipa. Desapareció violentamente. No tengo más uñas que atacar. Me siento Samara en el pozo. Sólo que en vez de ascender, desciendo.

Día ocho: el trabajo va mal, el jefe se impacienta. La facultad, bien gracias. Quiero largar todo otra vez. Maldita inseguridad. Me odio cuando pasa eso. No tengo nada de qué aferrarme, y es lo que más me desespera. Saco las telarañas de mi cabeza, decido ir por otro camino más perjudicial pero más corto. Se terminó, es el game over, el último tema, el último tren de esta noche.

Día nueve: Por supuesto. Ya lo entendí. Significa que tengo miedo de abrir el cofre, Davy Jones no hubo uno solo. El problema es que no tengo la llave, la arrojé lejos hace tiempo.

Día diez: ya no lo soporto, quiero que se abran los cielos y me den una señal. Saben que este pobre indigente de sentimientos se cansó de remendar el que late, y se está quedando sin hilo. Veo el tesoro nuevamente. Vale la pena? Algo me dice que sí...

Día once: Otra vez. Dentro de dos soles. Quizás haya otro sol que brille más fuerte. No lo sé, y tengo miedo de ir a buscarlo. Me gusta el que tengo conmigo, me hace menos daño.

Día doce: Detalles que se perdieron con mi anterior funeral. Seré capaz de volver a tenerlos? Los demás no tienen por qué pincharse con mis espinas, sé que mi cercanía lastima. Y no alcanzo a sacarme todas.

Día trece: fiebre, movimiento, las horas pasan y el sol se quedó quieto. Y cuando salió su perseguidora, ahí estaba yo esperando nacer. Será duro, pero el trabajo de parto quizá valga la pena.

Veo. Me ve. Pero es demasiado valioso, al igual que mi corazón. ¡Tengo mucho miedo! ¿Voy a terminar suicidando mis palabras, como siempre?

Una frase, una frase única es la que necesito. Es demasiado real ese aroma como para ser de un ángel.

Que se vayan todos. No los quiero. Pero necesito que me protejan. Estoy completamente vulnerable. ¿Por qué cuesta tanto?

Sinceridad. Frases hechas que se cruzan. Quiero arriesgar. Pero es muy arriesgado. ¿Y si no resulta? It's up to you, boyo.

¿Qué hago? ¿Pido el cambio? ¿Pateo al arco? ¡Por qué daré tantas vueltas para encontrar lo que ya había encontrado!

De repente no queda nadie. Y las palabras fluyen libres. Ya no cuesta nada. Pruebo mirar hacia adelante. Me consumo en esos ojos, pero me siento tranquilo. Y el resto que pasa, como ridículas marionetas los veo danzando a mi alrededor. Sigo mirando adelante. ¿Por qué no me cuesta? Sigo. No puedo dejar de mirar. Ni quiero tampoco. 

... y sin pensarlo, en un mínimo impulso, todo se cae. La coraza se quiebra. La dureza de la realidad que te pega de mil maneras. Impensadas. Pero imaginadas. Me dejo llevar... no me interesa nada más. Si la muerte está a la vuelta de la esquina, moriré con una sonrisa.

Juega. Juego. Hago todo lo posible para dejarme ganar. "Detalles" me dijeron momentos atrás... ¿así eran? No me interesa el ridículo a esta altura, me interesa que llegue.

Aparecen los anteriores. No me interesa, Non bis in idem, y yo tampoco soy un santo. Números... poner cara de humilde salva.

No quiero dejar de sentirte, al menos en esta vida. Derramada encima mío es como si sintiera las olas del mar. Bienvenida a mi mundo, a ese que siempre temí que invadieras.



Finalmente, a Juan lo lograron confundir, y tiene miedo. Miedo de que ese temor sea cierto. Miedo de que lo que dijo no se entienda. Miedo de que no se diga nada más. No sabe -o no recuerda- cómo manejarlo, y tiene más miedo aún. ¿Sentirse vulnerable? Es cosa de todos los días. Pero sentirse vulnerado, pocas veces como ahora. No sabe qué va a pasar, no sabe qué seguir escribiendo, y eso es lo que más miedo le da. Y cuando habla en tercera persona, es porque está realmente preso del pánico.

¡Rápido, los márgenes salvadores! Que ahí no se puede escribir nada...