viernes, 2 de diciembre de 2011

Paparazzis, paparazzis everywhere

Charlando con una de esas amigas incondicionales que los hombres solemos tener (ese tipo de amiga muy amiga que está más fuerte que aliento de búfalo, pero que sabés que no vas a tocar inadecuadamente porque es casi como tocar a tu hermanita menor) tuve la confirmación de un pensamiento que ya venía masticando de hace rato, pero que nunca me atreví a comprobar.
Esta amiga me contó, durante el summary de sus vacaciones en no recuerdo qué ciudad bohemia y jipona que se ponen de moda en verano a fuerza de hierbas locas y rastas, que los baños de mujeres son extremadamente más sucios que los de hombres. Vaya si habré fantaseado con ese tema más de la cuenta.
A ver. Mi vieja me llevó varias veces a un baño femenino cuando tenía 4 años o menos, y la verdad que para acordarme de acontecimientos 25 años atrás no estoy muy lúcido que digamos. Tuve una novia con una hermanita de la misma edad que cuento, a la que más de una vez llevé al shopping y la llevé al baño de mujeres apelando a la buena onda de las ocupantes para que me dieran una mano, y no precisamente en mi cara o genitales. Y nunca le presté atención al tema que menciono anteriormente.
¿Vieron cuando les pinta el Brainstorming, ese torbellino de ideas que van hilando casi a la velocidad de la luz, pero que no saben de dónde viene ni dónde va? Bueno, algo parecido me pasó en ese momento, para decidirme a saber en qué quiero reencarnar –si es que tal acontecimiento metafísico existe – en una vida futura.
Hablo de convertirme en espejo de baño de mujeres.
Los fanáticos de Pulp Fiction recordarán la escena en que Uma Thurman (o Mía Wallace, como quieran denominarla, salvo que prefieran Poison Ivy y ahí se pudra todo) se pega un terrible nariguetazo en el baño del bar donde va con Travolta. O la escena de Trainspotting donde las dos novias de los protagonistas hablan de aquello que leyeron en la Cosmopolitan acerca de no intimar en meses para mantener la atención de sus parejas. Conversación que se dio en… el baño, justamente.
¿A qué voy con todo esto? A ese miedo irracional y desmedido que tenemos los hombres a que las mujeres abran la boca. No digo que no la abran en la situación de la más sagrada y natural unión entre dos personas, sino a que un día se decida a hablar y cuente absolutamente todo. 
Tenemos miedo a que el otro se entere que somos precoces. Que no duramos más de un segundo polvo con toda la furia. Que para el tercero tenemos que convertirnos en pitufos de tanto viagra. Que la tenemos más chica que el novio anterior. Que ponemos caras que avergonzaría a Jim Carrey en pleno coito. 
Es una psicosis constante.
Alguna vez tuve que ponerle los puntos a un amigo que me contaba con pelos y señales las guarangadas que hacía con su nueva novia. De esto pasó hace mucho tiempo, pero por suerte no llegué a conocer a la dama. Si la conocía, supongo que le pedía el teléfono y que me hiciera precio por cantidad de integrantes. 
Actualmente mis dos amigos no me contarían sus intimidades ni siquiera en el peor estado de embriaguez o de faso, ni mucho menos yo haría lo propio con mis chanchadas. Ojo, esto califica únicamente para la pareja estable. 
Si te fuiste de trampa… es otra cantata.
Siempre tenemos ese terror a que cuenten la vez que nos disfrazamos de El Zorro y le dibujamos una Z de esmegma en la espalda. Y más aún, si nos gusta que ese dedito explorador nos entre en el culo hasta la tercera falange y si se pudieran dos dedos sería mejor. 
Capaz que el tema de la intimidad pasa por otro lado para las mujeres, mientras que por lo menos para mí incluye el tema del catre y todo lo que se haga en posición horizontal o vertical dentro de una habitación, automóvil o baño de avión.
Y lo peor de todo, lo más frustrante, lo que más pánico nos da, es que nunca vamos a saber de labios de nuestras parejas qué es lo que hablan o hacen en nuestra ausencia. Me sorprende la gente que confía en ellas de manera incondicional. Lo que es yo paso, y por experiencia no voy a hacerlo más. No voy a escarchar a mi anterior, que me pintó un panorama prometedor para terminar pintando para gato. 
Y no sé hasta dónde alcanza el asunto, pero es bastante complicado.
Eso es lo malo de tener parejas amigas en común. Mientras que vos les sonrías, el no saber qué están pensando de vos es desesperante. Quizás no sepan nada… quizás lo sepan todo. 
Pero vos, pobre incauto enamorado, nunca te vas a enterar.

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