Charlando con una de esas amigas
incondicionales que los hombres solemos tener (ese tipo de amiga muy amiga que está más fuerte que aliento de
búfalo, pero que sabés que no vas a tocar inadecuadamente porque es casi como
tocar a tu hermanita menor) tuve la confirmación de un pensamiento que ya venía
masticando de hace rato, pero que nunca me atreví a comprobar.
Esta amiga me
contó, durante el summary de sus vacaciones en no recuerdo qué ciudad bohemia y
jipona que se ponen de moda en verano a fuerza de hierbas locas y rastas, que los baños de mujeres son extremadamente más sucios que los
de hombres. Vaya si habré fantaseado con ese tema más de la cuenta.
A ver. Mi vieja
me llevó varias veces a un baño femenino cuando tenía 4 años o menos, y
la verdad que para acordarme de acontecimientos 25 años atrás no estoy muy
lúcido que digamos. Tuve una novia con una hermanita de la misma edad que
cuento, a la que más de una vez llevé al shopping y la llevé al baño de mujeres
apelando a la buena onda de las ocupantes para que me dieran una mano, y no
precisamente en mi cara o genitales. Y nunca le presté atención al tema que
menciono anteriormente.
¿Vieron cuando les pinta el Brainstorming, ese torbellino de ideas
que van hilando casi a la velocidad de la luz, pero que no saben de dónde viene
ni dónde va? Bueno, algo parecido me pasó en ese momento, para decidirme a
saber en qué quiero reencarnar –si es que tal acontecimiento metafísico existe
– en una vida futura.
Hablo de convertirme en espejo de baño
de mujeres.
Los fanáticos de Pulp Fiction recordarán
la escena en que Uma Thurman (o Mía Wallace, como quieran denominarla, salvo
que prefieran Poison Ivy y ahí se pudra todo) se pega un terrible nariguetazo
en el baño del bar donde va con Travolta. O la escena de Trainspotting donde
las dos novias de los protagonistas hablan de aquello que leyeron en la Cosmopolitan acerca
de no intimar en meses para mantener la atención de sus parejas. Conversación que
se dio en… el baño, justamente.
¿A qué voy con todo esto? A ese miedo
irracional y desmedido que tenemos los hombres a que las mujeres abran la boca.
No digo que no la abran en la situación de la más sagrada y natural unión entre dos personas, sino a
que un día se decida a hablar y cuente absolutamente todo.
Tenemos miedo a que
el otro se entere que somos precoces. Que no duramos más de un segundo polvo con toda
la furia. Que para el tercero tenemos que convertirnos en pitufos de tanto
viagra. Que la tenemos más chica que el novio anterior. Que ponemos caras que
avergonzaría a Jim Carrey en pleno coito.
Es una psicosis constante.
Alguna vez tuve que ponerle los puntos
a un amigo que me contaba con pelos y señales las guarangadas que hacía con su
nueva novia. De esto pasó hace mucho tiempo, pero por suerte no llegué a
conocer a la dama. Si la conocía, supongo que le pedía el teléfono y que me
hiciera precio por cantidad de integrantes.
Actualmente mis dos amigos no me
contarían sus intimidades ni siquiera en el peor estado de embriaguez o de
faso, ni mucho menos yo haría lo propio con mis chanchadas. Ojo, esto califica únicamente para la pareja estable.
Si
te fuiste de trampa… es otra cantata.
Siempre tenemos ese terror a que
cuenten la vez que nos disfrazamos de El Zorro y le dibujamos una Z de esmegma
en la espalda. Y más aún, si nos gusta que ese dedito explorador nos entre en
el culo hasta la tercera falange y si se pudieran dos dedos sería mejor.
Capaz que
el tema de la intimidad pasa por otro lado para las mujeres, mientras que por
lo menos para mí incluye el tema del catre y todo lo que se haga en posición
horizontal o vertical dentro de una habitación, automóvil o baño de avión.
Y lo peor de todo, lo más frustrante,
lo que más pánico nos da, es que nunca vamos a saber de labios de nuestras
parejas qué es lo que hablan o hacen en nuestra ausencia. Me sorprende la gente
que confía en ellas de manera incondicional. Lo que es yo paso, y por
experiencia no voy a hacerlo más. No voy a escarchar a mi anterior, que me pintó
un panorama prometedor para terminar pintando para gato.
Y no sé hasta dónde
alcanza el asunto, pero es bastante complicado.
Eso es lo malo de tener parejas amigas
en común. Mientras que vos les sonrías, el no saber qué están pensando de vos
es desesperante. Quizás no sepan nada… quizás lo sepan todo.
Pero vos, pobre
incauto enamorado, nunca te vas a enterar.
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