domingo, 3 de julio de 2011

Rápido, los márgenes salvadores!




Día uno: Alguien me mira frente al espejo... soy el espejo deformado de una mirada, o la mirada que deforma el espejo. No sé. En definitiva hay algo, y no sé qué es.

Día dos: Afeitarme? Por qué...? Me gusta mi barba, me acompaña desde hace mucho. Sine qua non? Dios... cómo me cuesta el desarraigo...

Día tres: Preguntan por mi nombre. Lo suelto como a quien se le cae un papel muy importante, o algo de mucho valor. Porque lo valoro y lo cuido mucho. Pero esta vez no me cuesta dejarlo salir. Por qué será?

Día cuatro: Un número, una dirección, algo. Tirame algo bro. Por qué no? Celos... no, tuyos no... de terceros. Hacia mí? No puede ser...

Día cinco: mañana... mañana es el día. De qué? Qué clase de prueba? Podré afrontarla? No tengo nada que perder, mis peores miedos son la muerte y el ridículo, y creo que voy un poco hacia ambos, y sin frenos.

Día seis: se suspende por lluvia. Otra vez. Ya pasó anteriormente, y sé lo que se siente. Mi expectativa es frágil, me recuerda a una mariposa en medio de la tormenta, y tengo miedo. No estoy preparado para esta espera, me molesta, me duele. Quiero largar todo al carajo, no me importa. Pero por suerte, llega esa palabra mágica que me puede por completo. Calma...

Día siete: sin novedades. La tranquilidad se disipa. Desapareció violentamente. No tengo más uñas que atacar. Me siento Samara en el pozo. Sólo que en vez de ascender, desciendo.

Día ocho: el trabajo va mal, el jefe se impacienta. La facultad, bien gracias. Quiero largar todo otra vez. Maldita inseguridad. Me odio cuando pasa eso. No tengo nada de qué aferrarme, y es lo que más me desespera. Saco las telarañas de mi cabeza, decido ir por otro camino más perjudicial pero más corto. Se terminó, es el game over, el último tema, el último tren de esta noche.

Día nueve: Por supuesto. Ya lo entendí. Significa que tengo miedo de abrir el cofre, Davy Jones no hubo uno solo. El problema es que no tengo la llave, la arrojé lejos hace tiempo.

Día diez: ya no lo soporto, quiero que se abran los cielos y me den una señal. Saben que este pobre indigente de sentimientos se cansó de remendar el que late, y se está quedando sin hilo. Veo el tesoro nuevamente. Vale la pena? Algo me dice que sí...

Día once: Otra vez. Dentro de dos soles. Quizás haya otro sol que brille más fuerte. No lo sé, y tengo miedo de ir a buscarlo. Me gusta el que tengo conmigo, me hace menos daño.

Día doce: Detalles que se perdieron con mi anterior funeral. Seré capaz de volver a tenerlos? Los demás no tienen por qué pincharse con mis espinas, sé que mi cercanía lastima. Y no alcanzo a sacarme todas.

Día trece: fiebre, movimiento, las horas pasan y el sol se quedó quieto. Y cuando salió su perseguidora, ahí estaba yo esperando nacer. Será duro, pero el trabajo de parto quizá valga la pena.

Veo. Me ve. Pero es demasiado valioso, al igual que mi corazón. ¡Tengo mucho miedo! ¿Voy a terminar suicidando mis palabras, como siempre?

Una frase, una frase única es la que necesito. Es demasiado real ese aroma como para ser de un ángel.

Que se vayan todos. No los quiero. Pero necesito que me protejan. Estoy completamente vulnerable. ¿Por qué cuesta tanto?

Sinceridad. Frases hechas que se cruzan. Quiero arriesgar. Pero es muy arriesgado. ¿Y si no resulta? It's up to you, boyo.

¿Qué hago? ¿Pido el cambio? ¿Pateo al arco? ¡Por qué daré tantas vueltas para encontrar lo que ya había encontrado!

De repente no queda nadie. Y las palabras fluyen libres. Ya no cuesta nada. Pruebo mirar hacia adelante. Me consumo en esos ojos, pero me siento tranquilo. Y el resto que pasa, como ridículas marionetas los veo danzando a mi alrededor. Sigo mirando adelante. ¿Por qué no me cuesta? Sigo. No puedo dejar de mirar. Ni quiero tampoco. 

... y sin pensarlo, en un mínimo impulso, todo se cae. La coraza se quiebra. La dureza de la realidad que te pega de mil maneras. Impensadas. Pero imaginadas. Me dejo llevar... no me interesa nada más. Si la muerte está a la vuelta de la esquina, moriré con una sonrisa.

Juega. Juego. Hago todo lo posible para dejarme ganar. "Detalles" me dijeron momentos atrás... ¿así eran? No me interesa el ridículo a esta altura, me interesa que llegue.

Aparecen los anteriores. No me interesa, Non bis in idem, y yo tampoco soy un santo. Números... poner cara de humilde salva.

No quiero dejar de sentirte, al menos en esta vida. Derramada encima mío es como si sintiera las olas del mar. Bienvenida a mi mundo, a ese que siempre temí que invadieras.



Finalmente, a Juan lo lograron confundir, y tiene miedo. Miedo de que ese temor sea cierto. Miedo de que lo que dijo no se entienda. Miedo de que no se diga nada más. No sabe -o no recuerda- cómo manejarlo, y tiene más miedo aún. ¿Sentirse vulnerable? Es cosa de todos los días. Pero sentirse vulnerado, pocas veces como ahora. No sabe qué va a pasar, no sabe qué seguir escribiendo, y eso es lo que más miedo le da. Y cuando habla en tercera persona, es porque está realmente preso del pánico.

¡Rápido, los márgenes salvadores! Que ahí no se puede escribir nada...