jueves, 15 de diciembre de 2011

Historias e Histerias

“¡Ya no quedan más hombres!” dicen ellas, haciendo el ta te ti de cuál chongo se van a comer esta noche en el boliche.

“¡Las minas son todas unas histéricas!” dicen ellos, después de salir de su undécima cuenta pirata del Facebook.

“¡Necesito un hombre que me quiera, me contenga, sea simpático, dulce, tierno, el físico y la billetera no es un parámetro!” dicen ellas, después de subirse al Vento del profe de Pilates.

“¡El amor de mi vida tiene que ser reservada, tranquila y dulce; tengo que estar orgulloso de presentársela a mamá!” dicen ellos, en el VIP de Pinar de Rocha con tres promotoras bailándoles en el caño.

 

Somos una sociedad más machista que feminista, aunque histérica e gataflorista por igual. Las mujeres son histéricas por naturaleza (sé que con esto me gané el odio de muchas de mis lectoras, pero por favor sigan leyendo hasta el final antes de crucificarme de las bolas) pero los hombres nos estamos volviendo unos histeriquitos peores que ellas. Estamos más vuelteros, más liberales, menos apegados a los compromisos, más piratas, menos sensibles y, sobre todo, menos escrupulosos. El engaño ya forma parte del paisaje cotidiano de las relaciones humanas desde hace muchísimo tiempo, pero hoy en día se lo ve como algo normal y hasta se lo justifica como si el engaño fuese culpa del engañado y no del engañador.

“Culpa tuya pelotudo, hubieses cerrado el culo a tiempo y no te hubieses mostrado tal cual sos” fue la última frase que escuché cuando decidí cerrar el tema que me tuvo en vilo por cuatro meses hace muy poco. Y curiosamente, vino de una persona de quien estoy plenamente seguro que no engañó ni engañará en su vida a su pareja.

“Jodete por tarada, el tipo quería un garch & go, con la tarasca que tiene mirá si va a querer estar con un bagarto como vos” fue lo último que escuchó ella cuando decidió cerrar el tema que la tuvo en vilo una semana entera hasta que descubrió a su eventual pareja del baile en un 1 to 1 furioso con una tarjetera en los reservados del primer piso.

Más de uno antes que yo escribió siempre lo mismo. Tenemos miedo a enamorarnos, porque cuando uno se quemó con leche ve la vaca y llora.

Conozco carretadas de mentirosas que vendieron ilusiones y terminaron cagándose en todo eso. ¿A quién no le pasó? Usted, querido/a lector/a, ¿no se siente identificado/a cuando le digo la frase “de la muerte y de los cuernos no se salva nadie”?

Los más jóvenes dirán “justamente, soy joven y voy a disfrutar de la vida que para eso soy una escultura de carne y hueso”.

Los más viejos dirán “ya se me pasó el cuarto de hora, quiero enamorarme de alguien que me haga sentir orgulloso/a, que sea el padre/la madre de mis hijos y envejecer junto a él/ella.

Quienes me conocen sabrán cuál es mi frase de cabecera.

Pero lo más aterrador, lo que nos negamos a afrontar despiadadamente y por eso hacemos lo que hacemos en una época en que ya deberíamos comenzar a vivir para otra persona, es el miedo a quedar solos. El miedo a fracasar. El miedo a lo desconocido. Por eso compramos ilusiones, compramos besos y compramos sudor por litro de un desconocido que nos aborda en la barra del bar y nos invita con eso que estamos tomando.

Tenemos miedo a la condena social, esta sociedad que te juzga por el tamaño de tus tetas, por el tamaño de tu pene o cuánto durás en el polvo. La condena social que nos impone que el hombre es un héroe si se come a una familia de lesbianas en una sola noche, pero rebaja a la mujer al rango de puta profesional si está con más de uno en una misma jornada.

También está aquel que dice que si una llave abre muchas cerraduras diferentes, esas cerraduras son una mierda.

Y ese es uno de los pilares de esta sociedad. El machismo como religión.

También el feminismo fanático impone que los cuerpos de las mujeres no son mercancía de cambio y que cada una puede hacer de él lo que considere correcto. Al no darse cuenta del daño que puede provocar esto, se terminan autoflagelando en pos de ser felices, así sea únicamente una felicidad tan efímera como falsa e hipócrita. Porque no son felices de esa manera, no pueden serlo estando solas, ni mucho menos pueden serlo sabiendo que dejaron ir a quien hubiese podido hacerlas más felices de lo que pudieran imaginar so pretexto de ser ajusticiadas por la guía telefónica de zona sur.

Sigo sin entender el por qué del engaño cuando no hay un motivo revanchista dentro de la pareja. Soy un convencido de que las vidas anteriores no interesan, uno está con quien está porque quiere algo a futuro. Tengo mis muertos en el placard y muy pocas veces los saco a dar un paseo, ya que son bastante jodidos como para mostrarlos al mundo exterior sin sufrir consecuencias. Y sigo convencido que quien engaña, es un mentiroso de la peor calaña. Por eso es que hoy en día, me siento mejor con relaciones que duran lo que un buen tema de The Who y de ahí no pase a mayores.

Actitud nefasta si la hay, porque en el medio me voy a perder de algo muy bueno por miedo al fracaso. Todo gracias a vos, perra.

Están también quienes engañan o histeriquean por venganza. Porque sus padres se separaron, porque pescaron a sus padres infraganti con otra pareja, porque fueron engañados/as… y por gente como esa, boludos como yo dejamos de creer en el amor eterno y nos resistimos a aceptar su existencia.

La frase hecha “tranquilo/a, todo se va a arreglar, no era para vos” es un insulto a mi inteligencia. No digo que tenga un IQ iluminado, pero creo que tengo mis ideas bien firmes y puedo encarar una relación con la madurez suficiente para no engañar. Considero a quienes engañan una lacra tan grande como quien le desfigura el rostro a su hijo/a. Son dos casos de violencia similares y opuestos a la vez. Solo que en uno de ellos la secuela es física; en el otro es física y emocional.

Pero qué tonto que fui al reconocer que soy un cornudo más, che.

Prefiero ser un cornudo con la conciencia limpia. Al resto de la frase, se la dejo al criterio de cada uno/a de ustedes.

 

(guarda que en el medio hay una teta distraída)

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